
En un bonito día soleado nos convocamos a las puertas del IES Juanelo Turriano para iniciar una ruta por los huertos del barrio. Coloridos sombreros de paja me dieron la señal de que allí se encontraba el grupo de hortelanos e interesados en esta propuesta, una más de las que integraron la IV Acción Global Ciudadana del barrio del Polígono.
Para mí esta actividad tenía el condimento de conocer estos espacios, que llamaron mi atención desde que llegué como voluntaria a IntermediAcción, y adentrarme un poco más en la piel del barrio y de su gente. Un espacio que no pudo ser más apropiado dado que, de lo mucho que vimos y disfrutamos ese día, el gran descubrimiento fue percibir esa red sutil y al mismo tiempo resistente que se teje en y alrededor de cada uno de los huertos y entre ellos.
Vi que, si algo tienen en común los anfitriones de cada huerto, es el cariño y orgullo con el que hablan de sus comienzos, sus desafíos y sus logros, hechos de frutos y aromas pero también de propuestas educativas y participativas. Entre los participantes había hortelanos de otros huertos que comentaron ávidamente sus experiencias, en un intercambio enriquecedor en el que pudimos aprender de horticultura y al mismo tiempo admirar y disfrutar el esfuerzo conjunto.
Sin proponerlo quizá, la ruta por los huertos fue verdaderamente un intercambio de conocimientos y experiencias y, sin duda, de contagiosas ganas de echar a rodar sueños compartidos. En efecto, que muchos de los lugares que acogen los huertos sean centros educativos y muchos de los presentes hayan sido docentes habla de que estos sueños tienen raíces y frutos de presente y futuro: niños y jóvenes que descubren el ciclo de la vida con sus propias manos, aprenden alimentando el asombro y el respeto por todo lo que nos rodea y nos permite estar aquí, con otros.
Las ramas se extienden hasta donde la creatividad y las ganas lo permitan, porque también entendí que los huertos nos permiten filosofar de la vida y la muerte, generar acción colectiva y aprender el arte de convivir. Nos acercan al conocimiento científico igual que al ancestral, a la ciencia como al arte, y no menos que, como niños, a disfrutar, jugar y crear.
En definitiva, espacios como los huertos, cuanto más si comunitarios, hablan de un barrio vivo y de una ciudadanía presente que planta cara a su devenir, echando raíces firmes y compartiendo sus frutos con todos.
Georgina Granero
